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La historia submarina
Renato González Mello

Mayo, año 2000

“El pasado, dice Paul Valéry, no es sino el lugar de las formas sin fuerzas, a nosotros nos incumbe procurarle vida y necesidad, y prestarle nuestras pasiones y nuestros valores.”(1) Benedetto Croce dijo algo parecido: “Los requerimientos prácticos que laten bajo cada juicio histórico, dan a toda la historia el carácter de ‘historia contemporánea’”.(2) La confianza con la que Croce hablaba de la “historia contemporánea” es típica de quienes han vivido muchos años bajo un régimen autoritario. Lo aprendimos hace poco en México, donde todos los que hacíamos historia “contemporánea” amanecimos convertidos en arqueólogos. Lo que dice Croce sería como lanzar fuegos artificiales para competir con una erupción volcánica. Los libros de historia ponen las formas del presente académico sobre el pasado, de tal manera que reducen la memoria a las formas canónicas del relato o la demostración judicial. La historia es la razón que suplanta a la memoria y la información que se hace pasar por lenguaje. La historia no es la sangre, sino la moronga.

La tortuga marina se origina en México, donde un régimen autoritario había establecido que el nacionalismo fuera el único espacio posible de discusión y disidencia. Ello subordinó la investigación a un conjunto limitado de “Grandes Problemas Nacionales”. Tal atención exclusiva no llevó a una reflexión sobre la memoria o el tiempo, y sí provocó una quejumbrosa manía de interpretación. El nacionalismo mexicano se construyó a la medida de la Arcadia original: esa tierra inhóspita, infértil, llena de piedras y donde los hombres eran infelices. La nuez del nacionalismo fue, y aún es, un pesimismo acartonado que se aducía como fundamento de un axioma: México era tan especial que sólo sus gobernantes lo conocían y sólo ellos podían, pues, gobernarlo.

Las últimas elecciones mexicanas no acabaron con el nacionalismo, pero ahora los problemas de México son los mismos en que navega, o sobrevive, el resto de América Latina. Son “grandes problemas”, pero no en el sentido monumental y épico que antes se buscaba con ese adjetivo. Los historiadores, como la sociedad entera, tendrán que buscar lo mismo que ha sido difícil conseguir el Chile, Argentina, Uruguay o Perú: la verdad. No la verdad con mayúsculas, que causa polémicas entre los epistemólogos, sino una bastante sórdida.

Hay que guardar silencio y olvidar. La única cosa que queda, señores contertulios, es olvidar! Agrego que no es manera de hacerlo abriendo procesos judiciales o metiendo a la cárcel. No, Ol-vi-do!, y para eso hay que por ambos lados olvidar.(3)
Son declaraciones del general Augusto Pinochet, conmemorando el 22 aniversario del golpe militar que lo llevó a la presidencia y a una prolongada impunidad.

Si algún sentido se le pudiera encontrar a la idea de América Latina, no estaría en la búsqueda de una identidad continental. La búsqueda de la identidad es el drama de Edipo; pero el regicidio provoca algo más urgente: el final de la impunidad, la reconstrucción de una memoria que hoy es una trama retórica donde los silencios son la huella de los muertos, desaparecidos y defraudados. La impunidad que le quitó valor a las palabras, a las imágenes y a la historia. Pero ésta no será una revista que se dedique de manera primordial a la denuncia de atrocidades. Los usos legítimos de la memoria no tienen la velocidad que exige una nueva tradición política ansiosa de construir una versión instantánea e inocua del pasado, útil para una reconciliación basada en el ocultamiento. Se trata, precisamente, de superar el acervo de doscientas o trescientas frases usuales en los talk-shows de la transición política.

La tortuga marina pretende examinar los discursos del poder con las herramientas de la historia y la crítica de arte. Es una iniciativa académica, y aspira a ocupar un lugar en la academia. También aspira a que ese lugar sea incómodo. No rechazará apoyos, pero no aceptará condiciones. No quiere formar parte de los sistemas oficiales de evaluación, sino cuestionarlos. Pretende que el centro de su actividad editorial sean los textos que publique, al margen de la burocracia, los diseñadores gráficos y las listas de suscriptores. La tortuga marina comienza en un servidor gratuito de Internet porque es el medio a propósito para no someterse a la jerarquía de funcionarios y tipógrafos; pero no es para la red, sino para el arrecife; no es para los surfers y navegantes, sino para los buzos y los ahogados.

México, D.F., a diciembre de 2000

 

(1) Paul Valéry, “Sobre ‘El cementerio marino’”, en El cementerio marino, tr. Jorge Guillén, Madrid, Alianza, 1998, p. 13.

(2) Benedetto Croce, La historia como hazaña de la libertad, tr. Enrique Diez-Canedo, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 11.

(3) “Chile, Transition at the Crossroads, Human Rights Violations under Pinochet Rule Remain the Crux”, en Amnesty International Online, 3 de marzo de 1996, http://www.web.amnesty.org/ai.nsf/index/AMR220011996, tal como estaba el 29 de diciembre de 2000. Las declaraciones de Pinochet datan del 13 de septiembre de 1995. Significativamente, si se hace una búsqueda en Yahoo!, que incluya las palabras “Pinochet” y “perdonar”, aparece una larga lista de documentos y declaraciones: http://google.yahoo.com/bin/query?p=%2bpinochet+%2bolvidar&hc=0&hs=0. Agradezco a Gustavo Buntinx que me haya facilitado la referencia, que él encontró en uno de los links de http://derechoschile.com .
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Renato González Mello, "La historia submarina", La tortuga marina, historia en extinción, año 2001,
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